miércoles, 23 de marzo de 2011

Ése en el que pienso siempre...

Él se aproxima a ella con aire protector y le ofrece el brazo. Ella se aferra débilmente, apenas sosteniéndose, y le dedica una mirada fugaz y la ligera sonrisa con que se premia la costumbre. Avanzan pasito a paso por la alfombra de rayas blancas tendida sobre el asfalto. Él vigila que ella no se caiga, y ella que a él no le atropellen. Un tándem perfecto que resume en una escena la obra completa. Y así, los dos enamorados octogenarios de pelo blanco, consiguen alcanzar la otra orilla de la calle.

Me estremezco cada vez que veo algo así desde que era una niña. Una imagen que ni el tiempo, ni la madurez, ni las malas experiencias consiguen estropear. Y asisto a las bodas de la gente que quiero siempre con la ilusión y la esperanza de que se hagan viejos juntos y con este amor puro, incorrompible y honesto.

Llevo tanto tiempo sola que a veces la vida con pareja parece un recuerdo muy lejano de una vida anterior. Y las soluciones escasean. A veces pienso que hoy todo es tan práctico que parece trasnochada la idea romántica del amor. El amor para algunos se ha transformado en una necesidad a cubrir con “el primero que pase”. Un mercadeo de favores de baratillo que se rompen pronto y lucen menos todavía. Tal vez podría esconder la cabeza como un avestruz, convertirme en una ermitaña alejada del mundo o, algo más usual, forjarme una coraza que me protegiera del sufrimiento. De las lágrimas, de los pellizcos en el estómago, de la decepción anudada en mi garganta….pero verdaderamente….¿es eso vida?.

Creo que me arriesgaré a que sobre mi piel resbalen las caricias, a que el corazón palpite desbocado, a que el vello se me erice….aunque alguna vez que otra, me claven las espuelas. Paso de amores anestesiados…dejaré mi dosis de anestesia para los cobardes que le tienen miedo al dolor, y no tienen valor suficiente para Vivir. Como yo no lo tuve una vez.

Creo que me sentaré en un banco junto a Manuel Alcántara para soñar que algún día encontraré un amor verdadero, de traje sencillo, sin adornos deslumbrantes, pero con esos pequeños detalles sin los que no se puede vivir. Un amor de paso de cebra, de los que ya no se estilan, con el que recordar juntos los versos del poeta:

“No pensar nunca en la muerte

Y dejar irse las tardes

Mirando cómo atardece.

Ver toda la mar enfrente

Y no estar triste por nada

Mientras el sol se arrepiente.

Y morirme de repente

El día menos pensado.

Ese en el que pienso siempre.”

Manuel Alcántara