"Con cariño para Teo y sus amigos" Teo a mi lado filosofaba sobre el hombre y su humanidad, diseccionando en cuatro palabras toda la barbarie de la que los hombres somos capaces cuando nos segregan con religiones, política y otras tendencias. “Lo importante es “ser persona” , estaba diciendo en aquel momento. Me quedé pensativa. Rodaban por mi cabeza los cuentos de Paco Onieva, “Los que miran el frío”, en los que desnudaba las imágenes más crudas de una infame guerra civil en la que los vecinos se dividieron en bandos y no escatimaron en tropelías y atrocidades. Los vecinos…qué puede mover a los cercanos a darse caza, qué puede mover al hombre a despreciar tanto la vida como para arrebatarla de un balazo sin miramientos…Regresé justo en el momento en el que Teo repetía, mirándome seriamente a los ojos como siempre: “Lo único que importa es “ser persona”. Asentí con la cabeza un poco perdida aún entre el 36 y el 39.
La noche caía tras varias copas de más. Frente a mi penúltima copa mi yo y mi concepto del mundo se fundían junto al hielo y al limón. Todo un ecosistema se desarrollaba en el pequeño callejón de Teo, donde un batiburrillo de actores sutilmente inmiscibles forjaban un cuadro digno de pintar. Teo desde su atalaya vigilaba un horizonte que cada vez íbamos alargando más, y mientras si mientras no, nos leía un futuro en el que muchos queríamos creer.
Creo que fue entonces cuando el presente comenzó a tambalearse dentro de mí. Entre risa y risa me aferré a los brazos más cercanos intentando sobreponerme a un oleaje que no había hecho más que comenzar. Pronto me zozobraron las fuerzas (que no la consciencia) y, muy a mi pesar, tuve que rendirme y mirarlo todo desde un ángulo muy distinto: el del desvalido. Si hubiera podido meter la mano en el bolsillo, el dinero que habría encontrado no habría sido suficiente para comprar mi consuelo. Por suerte, descubrí que era bastante más rica que todo eso: tenía un hombro en el que apoyarme, una mano amiga que me sujetara, unas palabras de aliento, y alguien para llevarme donde fuere menester.
Después de redecorar la pared del vecino y algunos pares de zapatos, busqué un refugio dispuesta a esperar pacientemente a que la tierra por fin se abriera y me tragara. Vino a rescatarme de mis apesadumbrados rezos una sonrisa amiga abanderada por un ” ¿qué tal estás?”. Fui a despedirme de Teo, que me plantó dos besos, me agarró con firmeza las manos y mirándome seriamente a los ojos (como siempre) me dijo: “No te preocupes por nada”.
Días después pensé largamente en aquellos minutos eternos de naufragio y en cada cual. ¿Se nace bueno? ¿Se aprende a ser bueno? ¿Se es bueno con todos por igual? Y si no, ¿de qué depende? La verdad…no sé cómo habría actuado yo. Me consuelo pensando que nuestra propia bondad puede ser aprendida y cultivada, y que eso nos da a todos una oportunidad. Aquella noche aprendí en la taberna que las personas valiosas, las que se hacen importantes, las que de verdad quieres que estén cerca de ti, son aquellas que están cuando hay que estar, y además de estar, saben. Las personas importantes son las que saben que lo importante ante todo es ser persona. Nada fácil.
¿Qué sería del Estrecho sin Teo? Cada día luchando contra los molinos de viento entre caña y caña. Sería un bar como cualquier otro, sin identidad para nosotros. Y es curioso pensarlo, pero tal vez por esa humanidad, o por ese microclima que él crea, o porque alguna vez salimos de la caverna y vimos el Sol y alguien estuvo ahí para decirnos “no te preocupes por nada”, tal vez por eso…después de conocer a Teo, bueno o malo, cada uno da lo que tiene. Y el que sabe pintar, pinta, el que sabe cazar, caza, y el que sabe escribir, escribe.
Por lo visto, alguien más ha debido de vivir una experiencia reveladora muy parecida a la mía, que resumió de este modo:
“In vino veritas, in aqua sanitas” (en el vino está la verdad, en el agua la salud). Así que, con un vaso de” verdad” en la mano, ¡ brindo por mis amigos !.
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